miércoles, 15 de octubre de 2008

La crisis del consumo

Hace aproximadamente 1 año hice una reforma en mi casa. Como soy una chica muy ahorrativa, traté de reciclar todos los elementos que cambiaban de ubicación (radiadores, puertas, sanitarios…) Lo conseguí con casi todo, y aquellas cosas que había que retocar (como las puertas) para ajustar a otras medidas, me costaron mucho más caras. De hecho, varios de los profesionales que tomaron parte en la obra me decían expresamente “te sale mucho mejor si lo compras nuevo” (inciso: a lo que podía haber contestado: “tú no estarías aquí reformando mi casa si eso fuera cierto”). En fin, el caso es que me quedé pensando esa temporada en lo absurdo de la situación, y sentí un cierto vértigo. No agotar la vida útil real de los objetos de consumo, grandes o pequeños, es una forma de desarrollo con muchos, muchos peros. Además de los morales (para mí es un valor la austeridad en sí misma), están los puramente estratégicos. Consumir innecesariamente tiene consecuencias desde el punto de vista de las materias primas, y del de la gestión de los residuos. El espacio que ocupan estos últimos no puede ser utilizado para producir las primeras. Desde el punto de vista de los recursos, es aberrante. Si además tenemos en cuenta que basamos buena parte del exceso de consumo en la casi gratuidad de la mano de obra externa no cualificada y la carestía de la mano de obra occidental, cualificada o no, se cierra con perfección un círculo que deberíamos recorrer en sentido opuesto. Hemos cambiado nuestro ingenio para buscar soluciones que nos permitan seguir utilizando lo que ya tenemos, por unos hábitos individuales y una organización social, del mercado y de la producción altamente ineficientes desde el punto de vista estadístico, puesto que sólo beneficia a un mísero 20% de la población humana, y sólo a corto plazo.


Hoy estamos consumiendo y deteriorando recursos finitos de manera irresponsable (espacio, agua, aire, peces, bosques, largo etcétera), y ahorrando como cretinos en recursos que, de partida, eran virtualmente infinitos: el ingenio, la inteligencia, la creatividad… Lamentablemente, la duración de estos recursos endógenos es depediente de un uso responsable de los otros recursos, exógenos, y por lo que parece, no teníamos tanta dotación inicial… ¿o tal vez se nos agotan, paradójicamente, con la falta de uso?

jueves, 9 de octubre de 2008

Hay que joderse (con perdón)


(Empieza el curso, y con él, una vez más, con los mismos rollos de todos los años. Después de tres cursos con la misma maestra, mi pequeño genio cambia. Después de lo que ha costado ajustarse, conseguir un curriculo razonablemente adaptado, hacer que el centro entienda la diversidad en toda su amplitud, vuelta a empezar... ¿Cómo puede ser? ¿Tardaremos mucho en adaptarnos?)

El otro día, cuando apretaba a mi hijo para que hiciese alguno de los múltiples deberes que tenía pendientes, debió sentirse muy agobiado, porque respondió airado (aunque con otras palabras) que se iba a construir una tabla de pros & cons de cada una de las extraescolares. La idea se la dió la estupendísima PT (para los legos, profesora de pedagogía terapéutica) con la que supuestamente "diversifica" en Matemáticas. Es una mujer estupenda, de verdad, pero no deja de ser parte del sistema. Entonces, como lo ve agobiado, le sugiere al niño que analice de esta forma si realmente le gustan sus extraescolares, y que priorice, porque tal vez no le aportan tanto como el cree, así que le dice que trate de ver si entre el piano, el solfeo, el baloncesto, el tenis, no le sobra ninguna...¡¡¡EN VEZ DE PROPONERLE QUE SE VAYA A PASEAR O A JUGAR EN TRES DE CADA CUATRO CLASES DE MATEMATICAS, O DE CONO, O DE INGLES, o por supuesto, la totalidad de las sesiones de NORELIGION!!! O sea, que tiene que renunciar a aprender un conjunto de conocimientos y aptitudes que en la escuela OBLIGATORIA no se enseñan y que, sin embargo aportan formación, sensibilidad, y no digamos placer (a los que puedan pagarlo) ... para perder el tiempo escuchando por enésima vez como se resuelven los problema de patos y conejos, porque la ley sólo es capaz de acortar sus años de escolaridad obligatoria, pero no sus días ...

¡Joder, pasando por este sistema educativo, sería verdaderamente meritorio proponer alguna solución creativa!


Perdonad el calentón, pero cada día que pasa tengo más tentaciones de homeschoolear.

sábado, 4 de octubre de 2008

Sobre la muerte

No es que tenga ningún deseo de morirme, pero el otro día, viajando en coche, pensaba que en realidad, nuestro pensamiento más empático es el de nuestra propia muerte. Los que, definitivamente, no creemos en el másallá, tenemos la certeza de que, una vez muertos, no echaremos de menos nuestra vida, ni de más tampoco. Simplemente, habremos dejado de existir, dándole a esta palabra la mayor amplitud de significado que se nos ocurra. No estaremos más que en el recuerdo de aquellos que nos quieren y, si es el caso, de los que no nos quieren tanto (Sardá lo explica de una manera tan gráfica...). ¿Por qué entonces nos da miedo? ¿Por qué nos produce ese sentimiento de pérdida? Es verdad que siempre que hemos de renunciar a algo definitivamente nos resistimos (los cigarrillos, las cervecitas, el pan, la panceta...) Pero, generalmente, sólo cuando pensamos en ello, y sólo porque nos parece terrible pasar el resto de nuestra vida (o un ratito más corto) sin ello. Y la clave está ahí, en la expresión "el resto de nuestra vida" . Una vez muertos, no hay posibilidad de sufrir abstinencia, nostalgia, ni ninguna otra cosa. Sin embargo, vivimos con la idea de que la muerte es una privación, una renuncia a lo que tenemos durante nuestra vida... Caben dos posibilidades: o sólo sabemos proyectar hacia el futuro extrapolando nuestra condición de vivos, incluso cuando proyectamos nuestra muerte, o lo que nos duele de nuestra muerte es el dolor que sentirán los que se quedan.