No sé si alguna vez han opositado o no, porque no me interesa. Si lo hubieran hecho, posiblemente serían unos profesionales igualmente excelentes, o tal vez no, nunca se sabe que ocurre cuando cambias las condiciones en los problemas complejos.
Me aburre oír que aprobar una oposición es garantía de algo más que de tener un puesto de trabajo vitalicio en una administración pública. Estoy harta de escuchar entre docentes de la enseñanza pública que tienen la “mala suerte” de estar en tribunales de oposición lo poco adecuado del proceso selectivo en cuanto a lo que deja ver de la valía profesional de los candidatos, hombres y mujeres con gran capacidad de sacrificio que han pasado horas y horas sentados estudiando temarios que otros fabrican, copiando programaciones para salir del paso y sobre todo, para que el tribunal no se sienta comprometido ni cuestionado. Ya, ya sé que algunas personas utilizan otras estrategias y también aprueban. Estas se cuentan con los dedos de una mano, en mi clase también había personas que sacaban matrícula de honor, y hay escritores que publican a los veinte años de edad, y tantas y tantas personas extraordinarias en tantos ámbitos de la vida... Pero, por decirlo a la manera tradicional, la excepción confirma la regla (que tiene el sentido contrario).
Las personas que aprueban una oposición de primaria o secundaria son buenos estudiantes; o ni siquiera, pero han pasado muchos años prestando un servicio a la administración mediante interinidad. Esto último no se evalúa, no se sabe si lo han hecho bien o mal, pero cuenta siempre en positivo.
Aclaremos de una vez que en la pública podrían estar los mejores profesores, porque no tienen la presión de un despido si sacan los pies del tiesto, y los más vagos y autocomplacientes, por los mismos motivos.
Las personas que eligieron trabajar en la enseñanza pública porque creen en ella como forma de atenuar y compensar las diferencias socioculturales y económicas (para decirlo brevemente) se cuentan, en cada centro, con los dedos de la otra mano. Las personas que eligieron trabajar en la concertada, y eligieron los centros en los que trabajan porque comulgan con su ideario, podemos contarlas con los dedos de los pies.
He oído y leído muchos lugares comunes a personas a las que respeto, intelectual e ideológicamente. Y quiero hacer algunas reflexiones para ellos y ellas especialmente:
1. Todos deberíamos tener un puesto de trabajo estable, pero a día de hoy casi únicamente los funcionarios lo tienen. Porque lo ganaron, sí. Como las rentas del capital, que también se ganan: con la dedicación adecuada en el momento adecuado. No trato de desmerecer el esfuerzo que es una oposición, pero no está al alcance de todas las personas (por nacimiento, y por condición socioeconómica). Es parte del sistema de libre mercado: unos ocupan los puestos y otros no. No es la panacea, ni la garantía de que los mejores ocupan esos puestos. Sólo es justo y equitativo a la hora de medir los resultados en un mismo proceso selectivo. Y eso es mucho, pero no es nada si levantas la vista y miras un poco más lejos.
2. Defender los derechos laborales de los funcionarios públicos es tan legítimo como defender los de cualquier otro colectivo. Pero conservar esos derechos no es garantía de una buena enseñanza pública. Por favor, releed lo que habéis escrito en otras ocasiones sobre el inmovilismo y la falta de compromiso de vuestros compañeros y compañeras en vuestros centros, sobre vuestra soledad, sobre los equipos directivos... Esa situación no es diferente ahora que están retirando recursos. No sois todos y todas estupendos. No juguemos a que todos peleamos por lo mismo. La calidad de la educación no es la lucha de todos, y tiene que ver con las condiciones laborales del profesorado, pero ni son sinónimos, ni creo que sea el factor más importante.
3. Los interinos existen en todos los ámbitos de la administración. Siempre son personas que han aprobado sin plaza, o que no han aprobado, o que ni siquiera se han presentado pero hacen falta. Tiene tanto derecho a un trabajo como el resto de la población activa. Prestan un servicio, por supuesto, por el que cobran un sueldo, por supuesto, equivalente al de un funcionario el en su primer año como tal (y más que un funcionario en prácticas) Seamos serios: me solidarizo con todas las personas despedidas de sus trabajos por la crisis o por cualquier otro motivo no achacable al incumplimiento. Pero no mezclemos las cosas: que ellos y ellas vuelvan a sus puestos no es lo mismo, como reivindicación, que la petición de disminuir las ratios, respetar las horas de tutorías, o seguir invirtiendo en la educación pública.
4. Nuestro modelo de concierto educativo es deplorable, porque mayoritariamente ha servido para perpetuar la doctrina de la iglesia católica. Existen poquísimos colegios laicos concertados, con lo que la milonga de ofrecer la diversidad de idearios a través del concierto es pura demagogia. La gratuidad (salvo en la pública) también es mentira: lo saben todos los que llevan a sus hijos e hijas a los centros concertados. Y podría seguir describiendo esta gran patraña. Pero eso no quiere decir que los profesores de los centros concertados son peores que los de la pública. Es tan falso como decir que los funcionarios son todos unos vagos, y que los empleados de la empresa privada son los que trabajan de verdad. Las personas (recordemos) que ejercen en los centros concertados, como las que son empleados públicos, primero tienen que comer. No caigamos en la trampa de matar al mensajero, que ya somos mayorcitos.
5. Percibo una rotura social enorme en torno al modelo de educación, al modo de acceso, a los privilegios que otorgan (o de los que parten) las distintas formas de ingreso o contratación. Hay mucho que discutir, muchos mitos, muchas verdades bien establecidas que hace tiempo que dejaron de ser verdades... pero deberíamos tratar los problemas por separado. Porque no todo va junto. El conflicto actual en Madrid obedece al aumento de dos horas lectivas, después de una (o dos) bajadas de sueldo, y sumado a la eliminación de las tutorías (de esto, la información que tengo es mucho menos precisa, mira por donde) Para algunas personas estas medidas son un gran varapalo a la calidad de la enseñanza pública, porque es una cuenta más de un largo collar de agravios y agresiones hacia la escuela pública. Para la mayoría de las personas en las que creo y a las que quiero, esto es lo que importa. Pero no caigáis en el error de pensar que eso es lo que ha movilizado a unos compañeros y compañeras de los que hemos hablado tantas veces...
6. Por si alguien se lo está preguntando: sí, he opositado y suspendido una vez. No sé si volveré a hacerlo. El coste personal es altísimo, y aún estoy decidiendo si esa experiencia me ha hecho mejor o peor persona. Pongo en duda el sistema de acceso, y la formación inicial. Y creo que un sistema tipo MIR, con algunos años de experiencia necesarios y evaluados antes de tener posibilidad de quedarse para siempre, mejoraría a la larga las plantillas de los centros; y creo en la evaluación continua, también para el profesorado; y creo en exigir lo mismo a las plantillas, modelos de admisión de alumnado y recursos dedicados a la atención a la diversidad del alumnado para TODOS los centros financiados con fondos públicos. Creo que tenemos muchas cosas que mejorar, y muchas sobre las que discutir.
7. De nuevo por si alguien se lo pregunta: sí, mis hijos e hija han ido siempre a la escuela pública, y pelearé con uñas y dientes para defender el modelo en el que creo. Libertad, igualdad, fraternidad.
Necesitaba decir todo esto, porque me entristece ver cómo perdemos oportunidades haciendo afirmaciones falaces, hirientes o fuera de lugar. Pero no espero que estemos de acuerdo en todo.