martes, 27 de noviembre de 2012

El timo del siglo XIX



Algunas ya sabéis que vivo en un pueblo-dormitorio (aunque es algo más que eso, la verdad) En el hay un colegio público comarcal, pequeño (2 líneas) pero apañado, y un centro concertado con algunos miles de estudiantes desde 2 hasta 18 años, de los cuales muchos vienen desde Pamplona Downtown. 

El pueblo en tenía en 2011 algo más de 7000 habitantes, que como comprenderéis, no caben en el colegio público. La mayor parte de los niños y niñas en edad escolar acuden a centros concertados de la capital, y algunos a centros públicos en euskera. 

Dicho lo cual, os pregunto: ¿cómo pueden sobrevivir tres (3, TRES) academias de apoyo escolar en un pueblo así?

Una de ellas es claramente irregular, pero la persona que la lleva (creo que ella sola) no da abasto: entran y salen chicas y chicos todo el día, sin parar. A esta, lo sé de buena tinta, va alumnado de la pública y de la concertada, sobre todo de los últimos cursos de la ESO y Bachiller.

Otra, abrió el curso pasado, y para este curso se ha trasladado a un local mayor (muchísimo mayor, en realidad). En su publicidad, ofrecen entre otras cosas, aula de tarea (para resto de España, deberes) para niñas y niños desde… PRIMERO DE PRIMARIA.

Por último, en el local que dejó libre la anterior, se ha abierto para este curso la tercera. 

La oferta en los tres casos es mayoritariamente de matemáticas. También se aventuran clases de inglés, y de física y química. 

Yo no salgo de mi asombro, y de verdad que no sé a qué estamos jugando… Pero lo que está pasando, al menos en esta ciudad, tiene un nombre: ESTAFA.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Con la muerte en los talones

La foto procede de aquí


La primera vez que fui a la fiesta del PCE me llevo mi tío. Íbamos mi primo y yo. Él lo habrá olvidado, probablemente, por el tiempo, y por su posición económica y social; para mí sigue siendo un símbolo de quién soy y cómo he llegado a donde estoy.

Mi tío era un señor joven, delgado, divertido y barbudo. Por aquél entonces vivía aún con mis abuelos en Carabanchel. Le gustaba (como a todos los tíos y tías ultigénitos) enredar con sus sobrinos, con los primeros sobrinos, en una suerte de conexión intergeneracional... como si su lejanía respecto a sus hermanos mayores, por ser padres y madres de esos seres nuevos, les expulsara del mundo adulto a ratos y les permitiera seguir siendo un poco niños...

Seguramente por eso lloro su muerte. Porque alguna vez fue importante para mí, y me sentí querida y cuidada. 

Después, la vida da vueltas, la gente crece, y los miedos y miserias de cada uno van conformando su historia, con grandes, ingentes cantidades de mala suerte... Mi tío es la persona que conozco que más veces ha estado en un hospital por causas diferentes, desde un gravísimo accidente de tráfico hasta un delirium tremens, pasando por todo tipo de infecciones hospitalarias y extrahospitalarias, y por supuesto, de regalo final, un cáncer que duró, al menos, todo el primer embarazo de su única hija.

La medicina y, un poco, la fortuna, le permitieron disfrutar de su primera nieta durante estos últimos años. Y cuando digo disfrutar no lo digo eufemísticamente. Una persona que durante años se quiso tan poco, pero que se encontró finalmente consigo mismo cuando dejó de huir, y pudo vivir con cierta paz interior los últimos años de su vida... disfruta de una manera que no es aprehensible para muchos de nosotros.

De pronto, ayer se rompió por alguna de las miles de costuras y remiendos que había ido coleccionando a lo largo de su vida. Creo que fue rápido. Que no sufrió el hecho de la muerte... Y nos consolamos, tratando de olvidar que si hay alguien que ha vivido con la muerte en los talones ha sido él.

Te echaré de menos, tío, y espero haber aprendido la lección.