Hace unas semanas hice un curso sobre… bueno, eso da igual, y tal vez lo pueda contar en otro artículo; hice un curso que se desarrolló a lo largo de 2 semanas, en un total de 30 horas. Calculo que de esas horas, aproximadamente entre 5 y 10 las dedicamos a autoevaluarnos. Y creo que ha sido uno de los cursos más provechosos de todos los que he hecho en mi vida profesional.
La autoevaluación es un ejercicio incómodo, pero enormemente formativo.
Las mujeres occidentales nos hemos ido incorporando al mundo del trabajo remunerado a lo largo de los dos últimos siglos, y a la capa dirigente en los últimos 50 años (en España, algo más tarde). Y como en casi todas las esferas de actividad, hay poca reflexión - colectiva o individual - acerca del proceso de incorporación, que se ha vivido como una conquista de algo a lo que teníamos (y tenemos) derecho, como la negación de aquello en lo que estábamos encerradas.
Hemos embestido con fuerza, con la mandíbula apretada y con los ojos cerrados… Yo me siento parte de esa lucha por ocupar el lugar que nos corresponde como mujeres, el que nos pertenece como personas, pero me siento más parte de mí misma… quiero decir, que el trabajo de ser igual está más en cómo yo tome mi igualdad, en cómo yo pelee por ella o la de por sentada, en cómo distribuya entre mis hijos e hija las obligaciones y las libertades, en cómo no acepte en mi hija e hijos la llamada potente de una biología irreflexiva, más en mi forma de vivir y gestionar día a día la asimetría entre ser mujer y ser hombre en una sociedad que es sexista, más que en cuantas leyes se aprueben para conseguir que deje de serlo.
Las leyes son necesarias, pero no hay ley que pueda obligar a una mujer a reconocer y rebelarse contra su condición de persona menor de edad, y a un hombre a renunciar asqueado a su condición de macho dominante. Como madres, como hermanas, como compañeras, tenemos mucho más poder que cualquier norma; sin embargo, con nuestra actitud sin reflexión estaríamos haciendo imposible la asunción profunda de estas normas por la sociedad, por grandes que sean las penas…
(…alguna amiga me dirá que eso de reflexionar está sobrevalorado, pero yo no estoy de acuerdo: a mí me gusta pensar sobre las cosas)
Este es el resultado de mi autoevaluación: en el trabajo no tengo que hacerlo mejor, no hace falta; pero en mi casa, esforzarme en enseñar a mi hija a ser mujer y libre; en enseñar a mis hijos a desear compañeras (afectivas o profesionales, que me da igual), compañeras de viaje libres; en recordar a mi compañero que no solo hay que entender, sino también extender, la necesidad real de que cada mujer sea libre para que la sociedad lo sea… y mostrar a todos ellos y ellas lo importante que es que se autoevalúen, cada día, y si esto no es posible, cada 8 de marzo, y vean cuánto han mejorado, con su forma de vivir, la condición de ser humano de las mujeres.
Por todas las mujeres que pelean por ser personas, y por las que ni siquiera saben que lo son, cada 8 de marzo lamentaré que no sea el último.
La foto es de sudiptorana
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