sábado, 16 de octubre de 2010

LA VIDA SIGUE

Se casó joven, porque no quería estudiar y estaba enamorada. Tuvo un hijo, y pensó que eso la salvaría del desprecio. De los empujones verbales y físicos. Estaba enamorada pero no se quería a sí misma. Y es verdad, su hijo la salvó: no quiso correr el riesgo de que su hijo fuera también empujado, así que se marchó.

Encontró un hombre bueno, que la quería. Que quería también a su hijo. Y reseteó su vida. Tuvo otro hijo. Y en un hogar lleno de amor y de esperanza, llegó el cáncer de visita, y se llevo sus mamas. Y un poco de su fortaleza también. Sus hijos fueron creciendo, simpáticos, sanos, cariñosos, pero ella dejó de quererse de nuevo. Esta vez, las heridas se las inflingió ella misma: no quería comer, no podía comer. Y fue perdiendo presencia en este mundo (peso, en palabras prosaicas) hasta que tuvieron que ingresarla para alimentarla artificialmente.

Después volvió a su vida, cuando quiso, con ayuda… pero el anclaje era poco firme, y a los pocos años regresó al hospital, con 20 kilos menos de los que pesaba cuando salió de él.

Y sus hijos seguían creciendo, con la mirada triste y una sonrisa.

Volvió a casa, un par de meses después. Ganaba peso de nuevo. Y fue mejorando durante tres años. Incluso buscó un trabajo, porque pensó que la ayudaría a tenerse en consideración… y lejos de eso, sufría pensando que dejaba a sus hijos abandonados…

Ayer me dieron la noticia: mi amiga está ingresada en un hospital psiquiátrico. No puedo dejar de pensar en el infierno en el que ha vivido tantos años, en el infierno en el que está viviendo ahora, y en el que probablemente viven sus hijos y su pareja. Sobre todo, no puedo dejar de pensar en sus hijos, aún niños, y en cómo tenderles la mano para que su vida no se pare aquí y ahora…

Porque su vida sigue, ¿verdad? ¿Y la de ella?


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